La Nación.
1. Una lógica que no lleva a nada. Siempre consideré que pensar la política desde una lógica “maquiavélica” tiene poco sentido. Lo más fácil para una persona es descartar la opinión de otra acusándola de una carga de maldad. O sea, si no nos gusta una medida aplicada por un gobierno porque no nos hace sentido desde lo personal, podemos solo analizar que la medida es mala porque quienes nos gobiernan son personas viles, que solo buscan el malestar del resto a costa de su beneficio personal. Si bien es probable que los egos jueguen un rol y que permanecer en el poder pueda ser un objetivo per se, ese es un análisis que deja mucho que desear. En gran parte, la grieta se fagocita de esto, de descartar ideas solo por el hecho de saber desde qué lado llegan. Cuánto más difícil se hace reconocer que una idea es mala cuando llega desde el lado de quienes nos simpatizan más.
2. ¿Hacia donde vamos? Este año electoral y con una inflación cada vez más acelerada, se constituye en un momento bisagra para definir qué camino toma la economía argentina. Si logramos estabilizarla con señales que deben ser contundentes, o si solo profundizamos el proceso de estanflación. Un pilar de esa decisión va a ser la capacidad de priorizar y de tomar decisiones sobre temas difíciles. Se trata de mantener un intercambio de ideas, para lograr que primen las que resulten mejor evaluadas. Porque como ya sabemos, el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.
3. El caso YPF. Días atrás se conoció el fallo en contra del Estado argentino por la expropiación de YPF, empresa por la cual (por el 50%, en rigor) pagamos US$5000 millones. Ahora se sumará otro monto por el resultado del juicio, desfavorable para el país. Podríamos pagar, en total, US$ 13.000 millones por una compañía que vale US$4500 millones. Probablemente fue difícil para muchos legisladores no votar a favor de que el Estado tuviera una firma con tanto potencial en un sector estratégico. Pero el costo de hacer esa operación tal como se hizo es altísimo. ¿Valió la pena? No. La idea y la intención pueden haber sido válidas, pero su ejecución fue espantosa y la empresa terminó en manos amigas del gobierno de turno, a un costo que es una fortuna para los argentinos.
4. El cómo sí importa. El caso anterior es una muestra de muchos en los cuales la intención es sin dudas buena, pero si no se hace bien, el resultado puede ser el contrario al esperado, o simplemente, demasiado caro. ¿La ley de alquileres será un caso emblema? Cuán difícil debe ser para un diputado o un senador oponerse a una nueva moratoria previsional o a los regímenes especiales para ciertas actividades. Claro, ¿cómo alguien va a oponerse a un ingreso para personas mayores? La pregunta quizás es si hacer moratorias permanentemente es el mejor camino, o si tener un 40% de los jubilados en regímenes jubilatorios de excepción es adecuado (en el mundo los están desarmando para ir a un régimen general). Pensemos un caso: el Banco Nación anuncia créditos a tasas de 40% para que la compra de computadoras, en la misma semana en que se decide un nuevo arancel a la importación de esos equipos. ¿El resultado? Un cambalache de malas decisiones.
5. Malas decisiones. Los precios en permanente suba marcan una alerta: el peso de las malas decisiones es cada vez más alto y riesgoso. Las malas decisiones con buenas intenciones detrás son, simplemente, malas decisiones. En el presupuesto deben repensarse las prioridades del gasto del Estado, en lugar de simplemente ajustar las partidas por la inflación proyectada. La inflación es la forma más cobarde y regresiva de ocultar la incapacidad de no priorizar las necesidades de nuestra economía.
Comments