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El resultado electoral de la primera vuelta puede tener varias lecturas que van a influir en la política que siga el próximo presidente. Una es que el 64% de los que votaron lo hicieron contra el kirchnerismo.
Ahora bien, tomando los votos de Juntos por el Cambio y de La Libertad Avanza, es claro que la oferta electoral de Patricia Bullrich no era una oferta liberal. Tenía muy pocos liberales en sus listas de candidatos, y los que tenía estaban en puestos marginales, con casi nula exposición pública. Es más, la elección de Carlos Melconian como su ministro de Economía, significaba la inclinación por un muy buen economista, pero heterodoxo.
Por el lado de LLA, queda para el debate si es una opción liberal en el amplio sentido de las ideas liberales, en particular considerando la existencia de puestos claves ocupados por gente proveniente del lavagnismo, del peronismo e incluso del massismo.
¿Por qué hacer esta distinción ideológica de la LLA y de Juntos por el Cambio? Porque para llevar adelante las reformas estructurales que requiere la economía se requiere de un partido político convencido de que deben ser de corte liberal, si es que se quiere cambiar el estatismo y las políticas redistributivas que generaron la cultura de la dádiva en detrimento del trabajo.
Pero voy más lejos aún, para hacer las reformas liberales que necesita el país se requiere además que una amplia mayoría de la población tenga los valores de la libre iniciativa privada y un gobierno limitado. Si la mayoría del electorado no está convencido de esas ideas, se hará muy difícil mantenerlas en el tiempo. Sobre este punto volveré más hacia el final de la nota.
Ahora bien, ¿qué viene en materia económica? Básicamente, dos grandes problemas a resolver: 1) corregir la distorsión de precios relativos (tipo de cambio y tarifas de los servicios públicos) más la bomba de las Leliq; y 2) las reformas estructurales: bajar el gasto público y mejorar su calidad; desregular la economía; cambiar el régimen tributario; independencia monetaria y financiera; abrirse al mundo; y terminar con los planes sociales eternos y administrados por punteros.
En caso de ganar Sergio Massa, salvo que sorprenda con la gran Menem, porque no se ve esa convicción ni en el ministro-candidato, ni en La Cámpora y el kirchnerismo en general, y tampoco en buena parte del radicalismo que lo acompañe; necesitará también encarar reformas estructurales que requerirán la votación de varias leyes por un Congreso donde en estará en minoría, y donde posibles aliados como Martín Lousteau o Gerardo Morales no son partidarios de la medidas a favor de la libertad económica. Más bien les gusta regular lo máximo posible. Justamente lo contrario a lo que necesita la Argentina.
En consecuencia, Massa, en el mejor de los casos, se limitaría a corregir los precios relativos sin un plan de reformas estructurales, con lo cual, va a producir una suerte de rodrigazo y nada más. Con el problema que hoy el colchón social en Argentina es significativamente más chico que el que había en 1975, cuando la pobreza, la indigencia y la desocupación eran notablemente más bajas que en el presente.
¿Qué puede ocurrir si gana Javier Milei? Tendrá que enfrentar los mismos problemas de corto y largo plazo que Massa, por lo que tendría que quitar las trabas para corregir los precios relativos, pero sin mayoría en el Congreso que le apruebe fácilmente las reformas estructurales.
El riesgo cierto que corre Milei es quedarse en una corrección de los precios relativos a medias, pero sin un plan económico atrás que genere confianza, porque para tener éxito no solo tiene que ser consistente, sino que, además, debe contar con fuerte apoyo político, en particular en el campo laboral.
El riesgo cierto que corre Javier Milei es quedarse en una corrección de los precios relativos a medias, porque para tener éxito no solo tiene que ser consistente, sino que, además, debe contar con fuerte apoyo político, en particular en el campo laboral.
Al respecto cabe recordar que bajo el gobierno de Fernando De la Rúa se quiso impulsar una reforma laboral y la oposición, incluso del mismo partido radical, terminó en la denuncia de “la Banelco” -supuesto acto de corrupción- y luego la renuncia del vicepresidente Carlos “Chacho” Álvarez.
Volatilidad del electorado
Los países salen de su largo estancamiento cuando, una vez que se encara el rumbo de libertad económica, se sostiene en el tiempo. El problema de Argentina es que el electorado es muy volátil. Por ejemplo, en las elecciones de 1989, era Eduardo Angeloz, el candidato radical, el que incluía en su discurso el lápiz rojo para bajar el gasto público, algo similar pero más consistente que el actual plan motosierra; en tanto Carlos Menem tenía un discurso populista de máxima pureza, pero ganó las elecciones y terminó haciendo lo que proponía su oponente; y aún más.
Y luego fue reelecto en 1995, pese a que la gente sabía que su discurso populista había sido una farsa, con una amplia comodidad sobre la fórmula José Bordón - Carlos Álvarez, el mismo que fue candidato a vicepresidente de De la Rúa.
Luego de todo la crisis de comienzos de 2002, las elecciones las gana Néstor Kirchner, pero escondiendo buena parte de su futuro accionar, con 22% de los votos. Si se sumaban los votos de Carlos Menem y de Ricardo López Murphy alcanzaban el 41% de los votos, con lo cual se podría argumentar que gran parte de la población apoya políticas de libre mercado. Pero el viento de cola de los mercados internacionales que empezó a mediados de ese año hizo que el populismo intervencionista y las tendencias autocráticas fueran apoyadas por los mismos que antes votaban libre mercado y tendencia liberal.
Cristina Fernández de Kirchner ganó con 45% de los votos en 2007 y 54% la reelección en 2011 y al día siguiente de su segunda presidencia puso el cepo y anunció el “vamos por todo” y el populismo.
Es decir, la gente pasó de votar una economía de mercado a votar las contrarreformas volviendo al estatismo, los controles de precios, de cambio y demás disparates de política económica junto con un proyecto autocrático.
El punto es que la decadencia económica argentina es consecuencia, en última instancia, de un electorado muy volátil, indiferente al autoritarismo y a la corrupción. Y está demostrado que un país no se construye solo con medidas económicas, sino que además requiere que estén apoyadas en valores sólidos de libertad económica y poder limitado.
Cada uno decidirá si hoy Argentina tiene esos sólidos cimientos para después del balotaje.
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