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Foto del escritorEquipo OB

Las albañilas que reparan casas y capacitan a otras mujeres en construcción

Infobae.


Valeria Salguero tiene 38 años, es madre de tres hijos, y creadora del proyecto Obr Ar Constructorxs, un grupo de mujeres albañilas -como ellas mismas se definen- que hacen todo tipo de refacciones. Desde que era adolescente ayudaba a su mamá en los arreglos de la casa, pero nunca pensó que la albañilería fuese una opción laboral para ella, ni mucho menos que cambiaría no solo su vida, sino también la de cada una de las compañeras con las que trabaja. Durante 15 años trabajó como peluquera y en medio de la pandemia se animó a cambiar de rubro de manera radical, luego de completar su formación en electricidad, plomería y sanitarios.


Más adelante se sumaron Mar Alpuy y Yesica Paz, y actualmente las tres conforman la cuadrilla que se dedica a mejorar casas, cumplir sueños, y poner en acción todo lo que saben hacer. Las redes sociales y las excelentes referencias hicieron el resto. En diálogo con Infobae cuentan su historia y reflexionan sobre los prejuicios en torno al oficio, sus metas y los desafíos que superaron.


“Somos mujeres laburantes de la construcción”, dice la descripción de su cuenta de Instagram -@obr.arconstructorxs-, y detrás de esas seis palabras hay una fuerza de voluntad inmensa. Valery, como la conocen en TikTok -@valerysos-, tiene una humildad y un carisma que se percibe desde los primeros minutos de la conversación. Es honesta, perseverante, respetuosa y su vocación docente la hace dueña de una paciencia que se renueva cada vez que explica algún procedimiento.


“Cuando yo era chica mi mamá también hacía albañilería, pero lo hacía porque teníamos necesidad de arreglar la casa; mi papá tenía un trabajo de oficina, no sabía agarrar un clavo y se nos venía la casa abajo”, relata. “No teníamos recursos para pagarle a alguien, entonces mi mamá, que en realidad limpiaba casas, hacía todo lo que podía y mis hermanos y yo éramos sus ayudantes: le cargábamos el cemento, la arena, mientras revocaba paredes; pero nunca trabajó de eso, solamente era por necesidad”, agrega.


Esas vivencias quedaron selladas en su recuerdo, y le dejaron muchos aprendizajes. “Cuando fui mamá de mi primera hija y me tocó hacerme cargo de mi casa me pasó lo mismo, que mi marido no sabía hacer nada y yo no quería repetir la historia”, confiesa. Después de atravesar una separación y una mudanza, recomenzó y tiempo después se encontró a sí misma en una situación similar. “Me puse en pareja con otra persona, y nos pasó que estuvimos casi dos años sin luz en una habitación porque ni yo ni él teníamos idea de electricidad, y en medio de la cuarentena me apareció un aviso en Facebook de un curso semipresencial de electricidad y me anoté”, revela.


Ese primer paso fue fundamental, y no bien incorporó los conocimientos lo primero que hizo fue darle luz a ese cuarto que estaba a oscuras. Después fue por más y agregó una térmica, disyuntor y cuanto enchufe pudo. “Me gustó tanto esa experiencia que ahí busqué trabajo de construcción por primera vez en mi vida, y conseguí en una empresa constructora, que fue mi primer trabajo en blanco, y me enseñó muchas más cosas”, dice con entusiasmo. Luego se unió a una cooperativa que hacía arreglos en las escuelas, una etapa que la llenó de satisfacciones por la gratitud que le expresaban los alumnos. “Cuando la cooperativa se disolvió ahí recién empecé a trabajar sola, y ese fue el inicio de Obrar, de la mano de Albañilería cosa de mujeres, una serie de capacitaciones que comencé hace más de dos años”, detalla.

 

Construir y deconstruir

Cuando abrió la convocatoria a las capacitaciones la demanda era más de la que imaginaba. “Son variados los motivos por los que se anotan, algunas vienen a estudiar no por necesidad sino porque les gusta, o porque quieren aprender para hacerlo en su propia casa; mientras que otras vienen a capacitarse porque quizás nadie las dejó en algún momento opinar, meterse, ni preguntar”, enumera. Justamente en uno de esos cursos fue que conoció a Mar, que tenía algo de experiencia previa en construcción, porque su expareja hacía piletas de hormigón, pero nunca había podido adentrarse de lleno ni formarse de manera profesional.


“En pandemia cuando Vale hacía tutoriales para que las mujeres aprendieran a hacer cosas en su casa, yo era re fan de ella. La veía y me inspiraba un montón, así que me anoté, pero no había cupo la primera vez y la segunda, recién cuando se liberaron dos lugares, pude arrancar”, relata Mar, y confiesa que cuando esa vacante llegó atravesaba un momento personal muy difícil. “Yo venía de una situación de violencia de género muy grave, donde prácticamente me escapé con mis tres hijos -que hoy tienen 8,10 y 13 años-, estaba emocionalmente destruida y económicamente peor; y en medio de todo eso me llega el mensaje de que me aceptaron en la capacitación”, manifiesta.


No tenía trabajo, el lugar donde se dictaban las clases le quedaba lejos de su casa y tampoco tenía con quién dejar a los chicos. “Era más el sacrificio que implicaba para mí que lo que iba a recibir a cambio, porque por ahí me daba una salida laboral a futuro, como capaz no. Pero tenía tantas ganas de ir que le expliqué a mi familia lo que me estaba pasando, que si aprendía lo que me faltaba me iba a servir para hacer mi propia casa, que empezar de nuevo a los 30 con tres criaturas no iba a ser fácil, y por suerte me entendieron, me apoyaron y pude ir”, narra Mar. Entre risas se acuerda de que la primera vez que asistió se presentó como si fuese una entrevista de trabajo, se planchó el pelo para ir, se puso botas, y terminó usando un rotomartillo.


“Me di cuenta de que en mi caso el mayor prejuicio lo tenía yo, que antes cuando trabajaba con piscinas a mí me daba cosa meterme a la pileta, porque sentía que me iban a mirar mal, y antes de que si quiera me observaran o me dijeran algo yo me iba; entonces lo primero es romper con eso, y después fluye y los demás también se dan cuenta de que no estás haciendo nada malo”, indica. Ambas coinciden que a nivel social el oficio está asociado fuertemente a una labor masculina, y durante la infancia a ninguna de las dos se les ocurría la idea de trabajar como albañilas.


“Saber que se puede vivir de esto, que no le estamos quitando el laburo a nadie, que no molestamos, que no fomentamos el odio entre varones y mujeres, que hacemos el laburo igual que cualquiera, y que así como un carpintero no habla mal de una chica que hace carpintería, ni un doctor de una doctora, para nosotras es nuestro laburo y lo tomamos con mucha responsabilidad”, remarca. En este sentido, Valeria revela que han sufrido discriminación por el mero hecho de ser mujeres: “Nos ha pasado que directamente nos rechacen sin ver ni lo que hacemos, porque estaban convencidos de que no íbamos a saber hacer el trabajo; pero de la misma manera hay otra gente que por ese mismo motivo, porque somos mujeres, nos contrata con más ganas y más entusiasmo”.


“También nos han preguntado si cobramos menos por ser mujeres, y por supuesto que no, cobramos como cualquier albañil, el mismo precio; no tenemos por qué bajarlo por ser mujeres”, cuenta Valeria. Dudar de la fuerza física, decirles que lo que hacen “es cosa de hombres”, que es un trabajo peligroso, “que les quita feminidad”, “que dejan de ser mujeres por arremangarse, e incluso preguntarles por su orientación sexual, son algunas de las situaciones que afrontaron. “Es un espacio que toda la vida nos dijeron que no nos correspondía, y por eso algunos se asustan al principio, o les agarra mucha curiosidad, pero nosotras nos capacitamos muchísimo, y hemos hecho trabajos mixtos, nos han contratado hombres, y en muchos otros trabajos hemos estado completamente solas”, comenta Mar.


“Algunos nos ven como marimachos, asumen que no somos heterosexuales, y lo más cómico es que todas somos hétero, estamos maternando y tenemos nuestros maridos, pero es increíble la forma en que estigmatizan la profesión”, expresa. La mejor manera de seguir adelante fue enfocarse en hacer su trabajo, y en construir un método de coordinación en equipo que les permitiera lograr cada objetivo que se propusieran. “Somos mujeres que hacemos las cosas bien, nos ganamos la confianza de la gente porque se genera una relación muy personal con los clientes; hemos ido a trabajar a lugares donde viven señoras grandes solas, que sus hijos estaban más tranquilos sabiendo que estábamos nosotras trabajando ahí; nos han contratado otras mamás, que como nosotras tienen que salir a trabajar, y quedarnos a hacer los laburos mientras ellas están trabajando; tener llaves de otras casas donde confiaron plenamente en nosotras, y eso también se construye, con referencias y siendo respetuosas, responsables y no faltando”, sentencia Valeria.


De obra en obra

"Valeria es una persona muy humilde, pero quienes la conocemos sabemos que ella ayuda siempre a todo el mundo, que se pone al hombro muchas situaciones, y jamás se queja", asegura Mar sobre su compañera.


Los pedidos de presupuestos empezaron a aparecer, pero al principio Valeria no se animaba a encarar sola esos proyectos, y se daba cuenta de que necesitaba más compañeras, y ponerle un nombre al proyecto para lanzarlo oficialmente. “Durante bastante tiempo le pasaba trabajo a un contratista, y le fue tan bien que hasta cambió su auto, gracias a todos los laburos que le fui pasando; y estaba clarísimo que se nos estaba escurriendo el agua entre los dedos”, rememora. “Contratan hombres porque no hay mujeres para trabajar, y así es como surge la necesidad de crear Obrar”, sostiene.


Se remonta a la elección del nombre, que le pareció corto, fácil de memorizar, con personalidad, y sobre todo, con un sentido, porque siguen obrando en función de sus metas todos los días. “Después había que crear un logo, que por lo generar en el rubro de la construcción suele ser una mano alzada, un casco, y no queríamos que fuese la figura de una mujer atravesada por una herramienta porque quizá representaba más al feminismo que lo que nosotras hacemos”, analiza. Y agrega: ”Creo en el feminismo, pero tampoco soy una feminista radical porque creo que los extremos son todos malos, y no puedo ser antihombres, menos aún cuando tengo un hijo varón y un esposo”.


La búsqueda de algo que las identificara y fuese digno llegó a su fin cuando Valeria les contó una anécdota. “Un día una clienta a la que estaba haciendo los pies cuando todavía era peluquera me dijo: ‘¿Sabías que las albañilas realmente existen? En la naturaleza son las abejas, porque ellas son las que construyen su propia colmena, y echan al macho, al zángano, para poder construir’, y nos gustó la idea así que una compañera que dibujaba creó el logo e hizo el diseño propio”, revela. De ahí en más todo empezó a crecer, desde la cantidad de seguidores hasta los currículums de otras mujeres que les pidieron sumarse al proyecto.


“No hicimos nada más que laburar y construir un equipo de trabajo sólido, aprendiendo a delegar, a descansar en el otro, a tener paciencia cuando alguien está aprendiendo, y recordando que alguna vez nosotras también fuimos nuevas en un trabajo”, afirma. Así lograron superar las expectativas, y hacer todo tipo de arreglos, refacciones, construcciones desde cero, pintura, revestimiento de pisos, terrazas, y hasta un invernadero de 6 metros por 12 metros desde las mismísimas bases. “Salvo construcciones de gas, porque para eso se requiere personal matriculado, hacemos de todo”, cuentan.


Así estaba el cuarto que refaccionaron desde ceroEl mismo cuarto, en proceso

“Hace poco hice una habitación casi desde cero, desde la mitad donde van las ventanas hacia arriba, algo que había hecho muchas veces, pero siempre con otras personas, y estoy chocha porque lo pude hacer todo sola esta vez”, revela Mar, que no solo está agradecida por la oportunidad sino que además está contenta de que en menos de dos años su situación económica mejoró y pudo salir adelante junto a sus tres hijos. “Para mi fue como tocar el cielo con las manos cuando Vale me dijo: ‘Vení a laburar conmigo’, y empecé a trabajar a esto no por porque no tenía otra cosa, sino porque quería laburar de esto, porque hoy es una opción, y no una obligación. Realmente estamos haciendo esto porque queremos”, sentencia.


Las tres coinciden en que la clave fue encontrar un buen método de trabajo, y proponerse estándares que ellas mismas pretenderían. “Se suele asociar a que cuando se empieza una obra se va a ensuciar todo, que si sos albañil tenés que estar con los pantalones bajos con la rayita a la vista, que va a tardar un montón en terminar, y nosotras creemos que hay que dejar de desvalorizar el oficio y primero ser prolijos en la limpieza diaria y en la limpieza final de obra, y segundo hacer las cosas en el menor tiempo posible para brindar practicidad, que es lo que busca la gente en las refacciones interiores”, enfatiza Mar. Con humor celebra que cuando ven el resultado final los clientes se sorprenden y les dicen: “¡Ah, pero está todo limpio!”.


Aunque las tres son de distintas localidades -Valeria es de William Morris, Yesica de Hurlingham y Mar de Pilar-, van de un transporte público al otro, con sus mochilas al hombro, donde guardan todas las herramientas. “A donde podamos llegar con la SUBE, ahí vamos, porque no tenemos movilidad propia, pero si hay que llevar algo más pesado como escaleras o materiales, tenemos un servicio de traslado, que obviamente nos cobra, y corre por cuenta del cliente”, indican.


Madres y albañilas

El mayor orgullo de las tres integrantes de Obrar son sus hijos y el apoyo que les brindan cuando llegan a sus casas. “Ellos son mi motivo para volver a casa, mi familia, y por eso soy muy cuidadosa con el trabajo, porque hacemos trabajos de riesgo, pero siempre con un sexto sentido arácnido y todas las preocupaciones, sabiendo que tenemos que volver porque nuestros hijos nos están esperando”, dice Valeria. “Nos cuidamos un montón entre nosotras, porque todas somos mamás, así que nos turnamos y nos cubrimos cuando alguna tiene una actividad en la escuela, los actos de los chicos, llevar a los nenes al médico, atentas a la necesidad de la otra”, expresa.


Valeria tiene una hija de 20, otra de 9 y un nene de 8, y los tres se emocionan cada vez que la ven en entrevistas en la televisión o en alguna nota periodística. “Entre la más grande y la segunda nena estuve mucho años buscando, pero después cuando finalmente tuve a la bebé a los dos meses de nuevo quedé embarazada, así que casi que tuve mellizos, y son unos enamorados de lo que hago, además de ser re cholulos, y cuando vuelvo del trabajo me aplauden, me preguntan qué hice, a qué casa fui, se re involucran”, asegura enternecida.


Mar también cuenta que para sus hijos fue un cambio grande verla en esta faceta, y requirió de una adaptación como familia, pero no hay un día que no agradezca el trabajo que tiene. “Nos llevamos muy bien las tres, y nos complementamos, por ejemplo, yo había hecho un curso de community manager y se necesitaba ayuda con las redes, así que lo primero que hice fue subir más contenido al Instagram, y así fuimos creciendo de manera orgánica”, celebra.


El matiz social está presente en lo que hacen, porque muchas veces han ayudado a cumplir sueños, aún cuando los números no cerraban, porque para ellas cuando les abren la puerta de una casa no es simplemente una propiedad, sino una familia que vive ahí. “No construimos solamente en el trabajo, sino que nos construimos a nosotras mismas, porque nada te llena más en este mundo que la validación de la familia, que tu marido te prepare un mate, que te deje dormir un ratito porque estás muy cansada y entienda tu laburo, y nosotras valoramos mucho eso y contemplamos que quizá quienes te contratan están haciendo un gran esfuerzo, tal vez se metieron en una deuda para poder pagar ese arreglo; y sabemos bien lo que es estar en ese lugar”, repasa Valeria.


Cada una, además, está en proceso de construcción de sus respectivas casas, y entre ellas siempre se dan una mano. “Vamos un día a lo de Yesi, hacemos algo ahí, avanzamos con lo que necesita, otro día a la mía y después a la de Mar, y así somos, siempre tejiendo red”, asegura la creadora de Obrar, que tiene “un don oculto”, como suele decir, que es una hermosa voz con la que canta canciones cada vez que puede. En ocasiones especiales las sorprende y agarra el micrófono para interpretar algunos covers. Como en todo lo que hace, se propone alegrar los corazones de sus compañeras, a puro ritmo y sonrisas. Esa es la esencia del proyecto, la empatía para combinar la vida profesional con la familiar, algo que no encontraban en otros ambientes laborales y se encargaron de construir ellas mismas. Obrar es poner al servicio lo que saben y potenciarse mutuamente para superar las barreras culturales y actuar con la herramienta infalible del ejemplo.

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