Por Oscar Bercovich para Forbes.
Para evitar maniobras bruscas como un volantazo y principalmente para desestimar a esta práctica como natural o positiva en empresas y en la vida misma, hay preguntas que podemos hacernos para detectar alertas que nos permitan modificar a tiempo el seteo estratégico de una compañía de gran escala, PyME o también de una economía familiar.
¿Por qué hay que prestarle atención a las banderas rojas que nos demandan un nuevo rumbo? Hablar de un volantazo suena a algo relativamente lindero con un accidente. Creo que esta debería ser la última maniobra que debemos adoptar y que podría responder a no haberse dado cuenta que las cosas estaban cambiando.
Aunque vivimos en un contexto volátil dudo que en una empresa y en un país los tiempos sean de alguna manera tan rápidos como para que un volantazo, con todo lo que eso implica, tenga que suceder sí o sí.
Dicho esto, enumero algunas señales de alerta que podemos considerar.
Primero que nada, hay que determinar si los cambios que estamos observando en el contexto que nos rodea son permanentes o transitorios. Si se entiende que los cambios son permanentes y el ajuste es inevitable, el "volantazo" no es la solución. El cambio debe hacerse, al menos, a la velocidad del contexto. Por el contrario, si los cambios se presumen como transitorios, tal vez sea prudente mantener la agenda o estrategia actual, pensando que el costo de cambiar podría superar al de adaptarse temporalmente. En este caso, soportar momentos de pérdidas o de menores ganancias podría ser considerado razonable.
La segunda pregunta que debemos hacernos tiene que ver con el costo de adaptación y la durabilidad frente al cambio. Es decir, cómo se posiciona estructuralmente una empresa ante una nueva realidad. Si el cambio de contexto es permanente, como en la Argentina actual, las empresas deben dejar de pensar que todo volverá al modelo de 2023. Deben aceptar que el cambio es definitivo y deben repensarse para ajustarse al tamaño de mercado, al nivel de competencia, a los márgenes y a una realidad económica distinta. Entonces, la clave es saber cómo tu empresa puede afrontar los costos de esa adaptación y cómo sostenerse a largo plazo en este nuevo escenario.
Por último, resulta crucial analizar la velocidad y cuál es la capacidad de la empresa para aguantar este proceso de cambio o de contexto externo que demanda una adaptación interna. Aquí hay que diferenciar entre la velocidad del cambio en el contexto externo y la velocidad a la que podemos adaptar la organización. En esa convergencia de velocidades es donde se toma la decisión. El delta entre la velocidad del cambio externo y la de una organización es lo que definirá si se puede sostener el proceso o no.
Con estas variables se pueden tomar decisiones de fondo. Tener claro qué se quiere lograr y cuál es el objetivo final permite enfrentar cambios que son permanentes y que, además, pueden ser profundos. Esto permite tomar decisiones claras (a veces dolorosas y difíciles), pero mucho más económicas e inteligentes si se toman al principio, en lugar de al final.
Reitero, el volantazo no es una práctica que debamos asumir como valiosa. Debería ser una última opción, una maniobra que sólo se justifica por no haber advertido que las cosas estaban cambiando.
*La columna fue escrita por Oscar Bercovich, presidente de UNIBER y Metrocubico Internacional.
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