Por qué esta argentina lucha contra la moda de oficinas abiertas
- Equipo OB

- 7 oct
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IProfesional.
ariana Stange, referente en el real estate corporativo argentino, no teme cuestionar uno de los grandes dogmas del mercado laboral moderno: el open space, es decir, las oficinas abiertas. Mientras que empresas como Google o Apple lo instalaron como sinónimo de innovación, transparencia y colaboración, Stange asegura que lo que hubo fue más una moda que una estrategia.
"Estas empresas son innovadores, sí, pero también marcan tendencias que a veces priorizan imagen y cultura aspiracional antes que impacto a largo plazo. Y ahí está mi crítica: el espacio de trabajo no puede ser marketing, tiene que ser estrategia", afirma en diálogo exclusivo con iProfesional.
Su mirada es categórica: muchas compañías "se pasaron de rosca" copiando acríticamente modelos diseñados en Silicon Valley, pensando que, si replicaban esos esquemas abiertos y coloridos, automáticamente serían percibidas como más jóvenes y disruptivas. "El open space en su versión extrema fue más un gesto estético que una herramienta efectiva. Y las consecuencias las vemos hoy, cuando la mayoría de las empresas que lo implementaron están buscando corregirlo", advierte.
La propuesta pensada para derribar jerarquías terminó convertido en un espacio de exposición permanente. "La confusión estuvo en creer que colaboración significa estar todos expuestos todo el tiempo. En realidad, la colaboración surge de momentos diseñados con propósito: un brainstorming, una reunión estratégica, un espacio social. Pero eso no implica que alguien pueda sostener ocho horas diarias de ruido y falta de privacidad", explica.
Stange no demoniza el modelo, sino su aplicación extrema. "Ni tan calvo ni dos pelucas", ironiza, al plantear que el debate no es binario, sino que se trata de encontrar un equilibrio. "El open space se presentó como sinónimo de colaboración y transparencia, y en parte cumplió ese rol. Pero el problema fue la exageración. Lo que se vendió como colaboración terminó siendo uniformidad, y la uniformidad en el espacio de trabajo es peligrosa, porque el trabajo es diverso", sostiene.
Durante años, las oficinas abiertas y coloridas fueron la postal aspiracional de empresas que buscaban mostrarse como modernas y cool. Para la especialista, esa lógica priorizó la "foto instagrameable" por encima de la experiencia cotidiana de los trabajadores. "Se sacrificó rendimiento por marketing. Se priorizó la selfie por sobre la cultura corporativa", dispara. Y agrega que, detrás de esos ambientes de vidriera, abundaban las distracciones, la incomodidad y la pérdida de foco.
La reacción frente a sus propuestas de abandonar el open space varía: algunos líderes lo ven como un retroceso, otros sienten alivio, y muchos plantean dudas sobre cómo diseñar espacios equilibrados. "Ahí es donde más disfruto trabajar: acompañar a las empresas a repensar layouts, analizar flujos, identificar qué espacios potencian realmente la cultura y cuáles la bloquean", afirma. Con casi tres décadas en el mercado, asegura que el verdadero diferencial de su consultoría está en unir negocio y diseño humano, y en convencer a las empresas argentinas de que no necesitan copiar modas extranjeras para ser innovadoras.
"Hoy, al menos un 60% de las compañías que en su momento implementaron el open space están tratando de corregirlo", calcula Stange. Algunas lo hacen de manera explícita, rediseñando desde cero con salas privadas y booths de concentración; otras más tímidamente, incorporando divisiones acústicas o áreas mixtas. Pero la tendencia, dice, es clara: "ya nadie sostiene el open space puro como paradigma único".
"Ni tan calvo ni dos pelucas"
El error de las últimas décadas, según Stange, fue confundir apertura con colaboración. "Mi frase resumen sería: se confundió transparencia con exposición y colaboración con ruido", sintetiza. Ese exceso hoy se traduce en una necesidad de replantear cómo deben ser las oficinas del futuro inmediato.
Su visión se aleja de lo binario: no se trata de elegir entre cerrado o abierto, ni entre virtual o presencial, sino de pensar la oficina como un ecosistema flexible. "Vamos hacia espacios diversos, diseñados con propósito. Oficinas que combinan áreas abiertas para la co-creación, rincones silenciosos para la concentración, zonas sociales que fomentan cultura y espacios híbridos para conectar con quienes están a distancia", describe.
El trabajo híbrido, que se consolidó tras la pandemia, es clave en esta transición. Si las personas van menos días a la oficina, esos momentos presenciales deben ser de alto impacto. Para eso, los espacios tienen que ofrecer variedad y dinamismo. "La flexibilidad no es un lujo, es una necesidad estratégica. Las empresas que lo entiendan van a tener oficinas que no solo se usan, sino que se eligen", subraya.
Ese cambio, remarca, ya está en marcha en sectores diversos: tecnológicas que incorporan phone booths y áreas de impacto colaborativo; financieras que equilibran innovación con concentración; empresas de consumo masivo que integran criterios de sostenibilidad en sus layouts; e incluso industrias tradicionales que ahora entienden la oficina como un activo estratégico.
La especialista está convencida de que este momento marca un punto de inflexión. "El open space extremo está en retirada. Lo que viene es una oficina híbrida y flexible, que combina apertura con privacidad, colaboración con foco. Las empresas que comprendan esta transición a tiempo van a tener una ventaja estratégica frente a las que se queden ancladas en un modelo que ya caducó", concluye.
Ese es también el eje de su próximo libro, "Todavía somos humanos" (Dunken), que presentará en noviembre. Allí, Stange busca dejar en claro que el open space ya no alcanza como único modelo y que el verdadero desafío está en repensar el espacio de trabajo como un ecosistema estratégico. Desde su experiencia en el real estate corporativo, sostiene que las oficinas no pueden ser un decorado, sino un recurso diseñado para potenciar productividad, bienestar y cultura, con las personas siempre en el centro.







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