LN.
De tal palo, tal astilla. La trillada frase, a veces, sólo a veces, puede reflejar lo que pasa en algunas familias referentes del mundo del real estate. Crecer recorriendo obras, mirando plantas de edificios y departamentos, y hasta haciendo guardias puede ser una fuente inspiradora a la hora de definir una vocación. El legado familiar puede jugar a favor y permitir a quien sueña con desarrollarse en una actividad, contar con el plus de que es el camino recorrido por sus ancestros.
Nahuel Achával es hijo de Toribio Achával y el vínculo con el rubro se remonta no sólo a su padre, sino también a su abuelo Toribio, quien fundó la famosa inmobiliaria. Con 20 años, “Tobín” como lo conocían sus colegas, en plena década del 50 fundó la inmobiliaria que lleva su nombre. “Una vida vivida con pasión es una vida que merece vivirse”, es la frase que lo definía. Su nieto Nahuel coincide y reconoce que en esta actividad “no hay ningún día que sea similar. Siempre hay situaciones, clientes y temas nuevos que resolver. Se aprende mucho del rubro, pero también de la interacción con las personas”.
Por otro lado, reconoce que el nombre de la familia en la empresa puede representar una “carga pero que con el tiempo se aprende a llevar”. Facundo es hijo de Martín Boquete, socio de Toribio Achával, y luego de estudiar y trabajar durante ocho años en Estados Unidos, decidió emprender la vuelta a la Argentina hace apenas un año. En ese momento se sumó al team de la empresa que tiene una regla muy clara: los hijos que ingresan no pueden trabajar en las mismas áreas de sus padres. “Uno puede creer que en Estados Unidos afloran las oportunidades, pero siento que acá pueden ser mejores, además de que lo social y la familia siempre tira”, relata el ingeniero civil recibido en el país del norte con experiencia en una consultora de construcción especializada en estudios de suelo para proyectos inmobiliarios de Carolina del Norte. Cuando volvió, Facundo trabajó en la empresa de su papá, pero ahora tiene un nuevo proyecto: está en el área comercial para Buenavista +, el desarrollo, entre otros, del Grupo Libertador. “Hoy me apasiona más el negocio que la parte técnica, que fue lo que exploré en mi experiencia en los Estados Unidos”, aclara. También comparte que “aprendió mucho del trato con las personas, conociendo al cliente, entendiendo qué necesita y qué busca”. El joven siente que está haciendo escuela para, en un futuro, poder tener una mirada más global del negocio inmobiliario.
Tanto Nahuel como Facundo coinciden en que trabajar cerca de sus padres mejoró el vínculo. “Manteniendo un diálogo fluido, ayuda a profundizar y potenciar las relaciones”, profundiza Nahuel. Facundo coincide en que el hecho de seguir el legado lo ayudó a conectar más. “Desde que empecé a trabajar acá generamos más confianza y compañerismo. Admiro de papá su trato con la gente, su espíritu de liderazgo, pero sobre todo su carisma y ese coraje para seguir adelante en cualquier contexto”, asegura.
Felipe y Soledad Ramos, con Agustín Cazes y Diego Cazes, son parte del directorio de la empresa que Dino Ramos fundó hace más de 30 años. El punto de inflexión fue la pandemia, momento en el que la segunda generación de los fundadores comenzó a participar de la mesa chica que define la gestión general de la firma. “Los fundadores están en el día a día, pero nos están dando espacio”, afirma Felipe quien arrancó en el área de marketing cuando apenas tenía 20 años, después hubo un impasse hasta que le picó el “bichito de la venta” y pasó por todos los mercados: locales, oficinas, residencial. “A papá el trabajo le corre por la sangre y aprendí de él el sentido de responsabilidad”, afirma Felipe, quien reconoce que le dejó el “camino allanado”. “Uno recuerda una historia de tanto sacrificio. Es como que te subís a un auto que está funcionando y es más fácil de manejar”, compara y aclara que nunca le gustó “ser el hijo de”, razón que lo desafió a un largo camino de desarrollo en la empresa. En otras palabras, nadie le regaló nada. De hecho su historia así lo demuestra. Sus primeros pasos en la venta fueron para Olivetti.
Luis Ramos recorría puerta por puerta para vender las máquinas de la empresa. Comenzó de cero hasta que seis años más tarde terminó en la categoría de vendedor de grandes clientes. Luego se dedicó a la administración de consorcios pero este oficio le duró apenas seis meses. “Los proveedores me pedían coima y lo dejé”, recuerda. Fue ese momento en el que decidió dedicarse al mundo inmobiliario y años más tarde creó L.J Ramos. “Hoy disfruto de tener esta gran familia que son quienes forman parte de la empresa”, relata y recuerda cuando en algún momento la persona a cargo de la empresa le dijo que su problema era “que la gente lo consideraba el padre de todos”.
Luis trabaja en formar a su equipo sucesor y reconoce que le da mucha satisfacción la firma que fundó. Igual no se escapa del día a día. “Sigo trabajando, me reúno con clientes, voy a tasar, hago de todo”, aclara y reconoce que para él, la empresa es “un hijo”.
Hoy atraviesa un proceso en el que acepta cuando sus hijos le consultan e igual toman una decisión diferente a la aconsejada. “Tengo que aceptar que las cosas son diferentes”, sostiene y afirma que es un convencido que en la vida se aprende más de los errores que de los aciertos. Sobre el final de la charla, se enternece al hablar de sus hijos que trabajan en la empresa.”Siento que valio todo la pena”, dice.
Su hermana Soledad, también parte del directorio, trabaja hace 33 años en la inmobiliaria. Comenzó a los 17 años como cadete. “Cuando era chica pensaba que papá era dueño de todas las casas que vendía”, recuerda la mujer que admira de su padre “su perseverancia, esfuerzo y empatía”. “Dejó mucho para construir esto”, aclara. Si bien hoy es parte del directorio, tiene un largo recorrido. Por ejemplo, armó la sucursal de Nordelta. “Fue un momento especial de mucha emoción. Fue cuando nació mi quinto hijo y casi que a esa sucursal la siento como el sexto”, sonríe y se define como una mujer multifacética: además de trabajar a full, compite en carreras de bicicletas, hizo cumbre en el Lanín y hace comedia musical. “Siempre me mueve la pasión”, se autodefine.
El desafío de heredar
Agustín, hijo de Diego Cazes, completa el equipo. Trabaja en la empresa hace 15 años, es martillero público y arrancó en el área residencial de San Isidro. “La inspiración de la familia fue mi abuela Sheila, una mujer adelantada para la época y una negociadora fuerte que se dedicó al mundo inmobiliario”, confiesa y reconoce que en el día a día se descubre en alguna actitud y dice: “Esto es del viejo”.
“Disfruto de poder ayudar y el impacto que uno genera en la vida de las personas. En algunos casos, te confían el capital más importante de su vida. Este es un punto que siempre hablo con Diego”, dice el joven, que desde que entró a la empresa dejó de llamar “papá” a su padre. “Lo curioso es que también me pasó con mamá, ahora la llamo Paula”, se divierte con el comentario. De cara a futuro, el team Ramos-Cazes asegura que atraviesa el traspaso generacional de la empresa, pero también un momento de transición de la industria. “Es apasionante, ahora nos está empezando a comprar la gente de nuestra edad”, comenta Agustín, quien coincide con Felipe y Soledad que trabajan con foco en el presente, pero con la mirada en el futuro, es decir ideando qué empresa quieren tener en 10 años.
Cristián Mieres arranca la charla con LA NACION recordando a su abuelo Antonio, quien fundó la inmobiliaria homónima hace 71 años atrás. Luego se sumaron al equipo sus hijos, Horacio, Martín y Hernán. Este último, el papá de Cristian y Germán, quienes forman parte de la tercera generación de la compañía. “Entré hace 30 años y soy el único que pasó por todas las áreas: fui cadete, trabajé en todas las sucursales e hice guardias los fines de semana cuando mis amigos organizaban asados”, recuerda con una sonrisa. Su padre se jubiló en 2011 y desde ese momento tomó un lugar más protagónico en la firma. Hoy tiene a cargo la sucursal de Villanueva-Bancalari y la de Escobar. Lidera un equipo de 20 personas y si bien fue workaholic –trabajaba 12 horas diarias y hasta los sábados- atraviesa un proceso en el que busca conectar con el disfrute.
“Vender una casa es vender una ilusión. Me encanta ver a la gente feliz después de una operación”, define sobre su trabajo, del que particularmente le gusta el contacto con la gente y la posibilidad de estar al aire libre. “Cuando cierro un alquiler, me pregunto: ¿Es el inquilino al que le dejaría mi casa? Soy de los que están en el día a día de la empresa”, agrega. Mieres se siente orgulloso de la compañía que lidera con su hermano y sus primos, Santiago y Diego. “Somos un equipo de 100 personas, no tenemos rotación y la empresa cada año crece un poco más”, agrega.
Sofía Speranza trabaja en el área de Comunicación y Marketing de Newmark Argentina desde hace tres años. Cuando tenía 20, su padre, Domingo Speranza, CEO de la compañía de servicios inmobiliarios corporativos, encabezó los inicios de la empresa en la Argentina: “Aprendí mucho de todo lo que se iba gestando. Además, mis padres son arquitectos, por lo que siempre tuve el rubro rondando cerca”, relata la joven y asegura que su trabajo le permite descubrir cosas nuevas todos los días, tanto de su padre, como de los socios que encabezan la compañía: “Aprendo a llevar adelante un negocio en la Argentina, que no es algo menor teniendo en cuenta la situación, a formar y liderar un equipo en un contexto de trabajo híbrido”.
Santiago Winokur también trabaja en Newmark Argentina y, al igual que Sofía, continúa el legado familiar. Su padre, Alejandro Winokur, presidente de la empresa, lleva 30 años en el rubro inmobiliario y “desde que tengo uso de razón que charlamos y me interiorizo en el tema”, asegura. Actualmente, Santiago se desempeña como broker en el equipo comercial. “El real estate es un rubro de infinitas oportunidades y variantes, donde los proyectos van mutando y, día a día, hay que adaptarse a las tendencias de las personas y del mundo, y creo que eso es una de las cosas que más me apasionan”, confiesa y asegura que su padre le contagió esa vocación: “Siempre me gustó poder estar involucrado en decisiones que impactan directamente en la vida cotidiana de las personas, sea la elección de su hogar, el lugar de trabajo, su entorno y todo lo que eso implica”.
Equipos complementarios
Daniel Salaya Romera también tiene un equipo en casa que lo acompaña en la empresa que lleva su apellido y que fundó su padre José hace 75 años. Sus tres hijos varones trabajan con él. Ramiro es ingeniero industrial del ITBA con un master en Administración Empresarial en el politécnico de Torino, Italia. En noviembre del 2023 decidió volver a la Argentina. Dejó su trabajo en una aceleradora de startups para trabajar en la empresa familiar. Arrancó este año y puertas adentro reconocen que ya se ve “su mano” mejorando los procesos y administración. Es gestor de proyectos y está enfocado en un mejoramiento de los procesos con la implementación de tecnología de todas las áreas. “Trabajamos en modernizar, agilizar y ser más eficientes”, sintetiza el mayor de los Salaya Romera. “Admiro de mi padre su resiliencia y facilidad para adaptarse a las diferentes situaciones económicas del país. Tiene una capacidad de adaptación admirable. Fue muy receptivo a mi propuesta de trabajo”.
Por otro lado, Franco es un arquitecto recién recibido y está comenzando a trabajar sobre los proyectos, mientras que Ignacio arrancó haciendo las filmaciones de las propiedades, luego fue apoyo administrativo y desde 2023 se sumó al área de comercialización. “Cuando vendí mi primer lote sentí una realización difícil de describir”, dice el joven, para quien trabajar en la empresa es como “una forma de devolver todas las posibilidades que papá nos dio”.
Además, coinciden en que tienen una vara muy alta y que compartir la diaria les permitió descubrir “el Daniel del que todos hablaban”. “Admiramos lo que sabe y su visión para ver lo que pasará”, coinciden y adelantan que el sueño es liderar juntos la empresa: Franco con su mirada de diseño, Ignacio con un perfil más comercial y Ramiro en procesos y eficiencia.
Otros casos de hijos que se contagiaron de la pasión de la familia fueron Joaquina y Gonzalo Sánchez Zinny. Ambos trabajan en GPS Real Estate, la inmobiliaria que creó su madre, Susana Fonrouge, hace más de una década. Desde el año pasado se involucraron de lleno en el negocio, al que buscan amplificar, creando nuevas unidades y extendiéndose a otras zonas. Joaquina estudió Comunicación y actualmente lidera el rebranding de la inmobiliaria, mientras que Gonzalo, trabajó 15 años en la industria del retail y ahora se volcó a este rubro.
“Mamá le ha cambiado la vida a aquellos con los que ha trabajado; queremos continuar con el slogan de ‘Encontrá tu lugar’ y sumarle el ‘Hacé buenos negocios’”, coinciden.
Conectar y construir
También en el mundo de las propiedades, pero en otra rama de la cadena de la industria inmobiliaria, los desarrolladores contagian su pasión a los hijos. Muchos de ellos desde muy jóvenes, algunos casi niños, tuvieron la oportunidad de estar en la cocina de proyectos inmobiliarios, crecieron entre ladrillos, reuniones y fueron visitantes frecuentes de las obras en construcción que ocupaban los temas de conversación en el asado familiar de los domingos. A lo largo de los años incorporaron saberes y, casi sin quererlo, se formaron en el mundo de los desarrollos.
Iván Ginevra pertenece a una familia con un apellido famoso del mercado. Hoy es CEO de GNV Group y es la cuarta generación de una familia que se dedica a la actividad inmobiliaria. “Por lo tanto, pude absorber el conocimiento basado en la experiencia de otras tres generaciones trabajando en el rubro inmobiliario en este país”, sostiene y reconoce que siempre le gustó la actividad inmobiliaria, porque es muy tangible. “Es un trabajo casi artesanal, sobre todo la Argentina donde las reglas de juego y el contexto cambian permanentemente”, profundiza.
Actualmente GNV Group desarrolla su décimo edificio en la zona de Puerto Madero. “Esto de ver torres que uno desarrolló desde cero y saber que van a permanecer erigidas durante 100 años, dándole hogar a las personas, me genera una satisfacción única. Es también una forma de aportar al desarrollo del país, en una actividad que no depende de subsidios estatales y genera un gran efecto multiplicador en la economía”, explica.
“Trabajar codo a codo con mi padre no sólo fue una experiencia laboral única, sino un viaje emocional y educativo. La dinámica familiar permitía una comunicación fluida y la comprensión intuitiva de los roles”, asegura Ilan Slazer, licenciado en Administración de Empresas y cofundador de Qube Desarrollos, quien reconoce haber tomado de sus padres “un profundo amor” por el sector inmobiliario. El joven es hijo de Claudio Szlazer, de Estudio Szlazer, arquitecto y el modelo inspirador. A la vez, destaca que el desarrollo inmobiliario no es sólo sobre ladrillos y cemento, sino también sobre la creatividad, la visión y la innovación.
“El desafío más grande para mí fue forjar mi propio camino y demostrar que podía aportar algo nuevo y fresco a la industria. Eso significó abrazar la tecnología, adaptarme a las tendencias cambiantes y buscar soluciones más sostenibles en un mundo que evoluciona constantemente”, explica. Su socio Luciano Dick también heredó la pasión por los ladrillos. Trabajó durante más de 10 años junto a su padre Diego Dick, arquitecto de DK Developers. El joven comenzó a los 19 años y considera que al provenir de una familia de desarrolladores se aprenden conceptos y la dinámica del trabajo a más temprana edad. “Por otro lado, hay un derecho de piso que uno siempre paga al empezar un recorrido nuevo que, teniendo raíces en el rubro, se puede hacer un poco más ameno”, admite.
Por otra parte, asegura que no siempre es fácil trabajar con la familia. “Hay que saber separar el trabajo de la vida familiar y, por otro lado, congeniar los distintos caracteres y formas de cada uno para que la relación sea buena y el trabajo pueda prosperar”, sostiene. Para Dick, el desarrollo inmobiliario es un rubro complejo en el que se manejan inversiones generalmente de montos grandes, y a mediano y largo plazo, es por esto que es necesaria cierta experiencia, no sólo en el manejo de números, sino que también en saber llevar a cabo la construcción de un edificio.
“Otra herramienta muy importante que aprendí de mi padre es el timing. Hay que saber en qué momentos asumir nuevos desafíos o generar nuevos negocios, y en qué momentos estar tranquilos y esperar a que pase la tormenta. Este es un país con muchos altibajos, por lo tanto, hay que ir de a poco y pisar sobre firme”, explica. A su vez, reconoce que su padre se convirtió en un gran asesor, “me junto con él un par de veces a la semana para conversar sobre las distintas cosas que pasan en el día a día y es un buen consejero. Después, queda en uno la decisión que toma, pero tener un asesor con tantos conocimientos sobre el tema siempre es beneficioso”, explica.
En cuanto a lo heredado, asegura que un valor innegociable es la dedicación al trabajo. “Mi papá, mi hermano y yo somos arquitectos, entiendo que esto es una ventaja competitiva frente a otros desarrolladores. Hay que entender que, con algunos detalles de calidad o ideas innovadoras, uno puede destacarse por sobre el resto”, dice. El equipo de la desarrolladora se completa con Ezequiel Juejati, responsable del área de comercialización. En este caso, optó por hacer un camino propio y nunca trabajó en la empresa de su padre -Gabriel Juejati, emprendedor inmobiliario-, aunque siempre tuvo una comunicación con él de la cual se nutrió: “La experiencia de los padres es muy valiosa, escucho sus consejos a diario para ponerlos en práctica en mis proyectos. Mi padre siempre va a ser un asesor en mi carrera por la relación que tenemos, aunque no siempre tome el mismo camino”. Juejati sostiene que, si bien los socios de Qube vienen todos de familia de desarrolladores y constructores, la intención es impulsar una nueva generación con foco en la tecnología.
Los valores se contagian
Otro jugador del mercado inmobiliario con pasión heredada es Alex Sakkal. Licenciado en Administración de Empresas y Contador Público está al frente, junto a sus socios, de la desarrolladora Nómada; cuenta que comenzó a trabajar en el mercado inmobiliario a los 19 y desde entonces nunca paró. “En mi caso, el rubro inmobiliario viene ya de dos generaciones, padre y abuelo, de emprendedores pujantes, por lo que me resulta muy natural. Es una profesión que elijo y me apasiona desde que soy muy chico”, señala.
En cuanto a lo que aprendió, sostiene que los tres conceptos que tomó de su padre constituyen hoy los pilares de su carrera profesional: el primero es el valor de la palabra. “No importa cuán dura sea una negociación, una vez cerrada se cumple, pase lo que pase”, advierte y señala que la segunda es dejar el trabajo en la oficina y entender que es un componente más de la vida. “Esto me ayudó mucho en momentos de mucha presión, especialmente cuando vendimos a Mercado Libre sus oficinas, a dos meses del nacimiento de mi primer hijo”, recuerda. Por último, la capacidad de ir siempre para adelante, a pesar de las circunstancias macroeconómicas. “Tengo un video entre mis favoritos, de mi abuelo Jacques Sakkal, de 1989. Cuando le preguntan: ‘Jacques, la Argentina se viene a pique, hiperinflación, crisis, ¿qué hacemos?’. El miró a la cámara y dice: ‘Hay que hacer, no asustarse. La tierra nunca te falla’”.
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