Por Carlos Vaccaro para Infobae.
El mundo de la construcción moderna supo crear edificios icónicos y grandes obras de arquitectura durante el siglo XX. La mayoría de estas megaobras rompieron el molde de la construcción tradicional a base de hormigón o ladrillo, e incorporaron el acero como pieza clave. Este material cambió el curso de la arquitectura y ya representa un boom en el sector. Con ahorros de tiempo y recursos, los métodos más modernos se centran en el acero como la opción más eficiente y ecológica del futuro.
Algunas pinceladas se observan fácilmente en la historia reciente. El Empire State, el famosísimo edificio de películas rodadas en Nueva York, es una de las mejores muestras de la robustez de este material. Levantado en 1931 con sus 443 metros de altura, se transformó en un ícono de la arquitectura moderna. Para tomar dimensión del ahorro de tiempo que puede lograrse basta considerar que hace casi cien años, el ritmo de construcción del Empire fue de cuatro plantas por semana. Hoy en día, el ritmo promedio del sistema tradicional es de una planta por mes.
En Barcelona, uno de los edificios más famosos es la Torre Mapfre cuyo material principal es el acero. Se construyó por los Juegos Olímpicos de 1992 y es uno de los rascacielos más altos de España. Hay más ejemplos de la utilización del acero para la realización de rascacielos. “El pepinillo” en Londres, el Burj Khalifa en Dubai, la Torre Unicredit en Milán o las Torres Petronas en Malasia son solo algunos de ellos.
En Buenos Aires también abrazamos la cultura del acero. El ex Correo Central es la mejor demostración de majestuosidad arquitectónica. Pero también está, por caso, el famoso Palacio Barolo, que requirió de 650.000 kilos de acero para la construcción de sus 22 pisos y su emblemática torre.
El diseño del edificio está inspirado en la obra de Dante Alighieri y aún hoy deslumbra a quienes visitan la ciudad.
Pese al buen recorrido histórico del acero como eje pendular de grandes obras del siglo XX, su utilización en el presente, y de cara al futuro, se posiciona como la opción más novedosa en arquitectura sustentable, en ahorro energético y en reducción de tiempos y costos.
En un mundo donde la sustentabilidad del medio ambiente es una demanda imprescindible, la construcción industrializada ofrece la posibilidad de prefabricar en planta y entrar en obra una vez que el terreno está liberado, evitando tiempos muertos y esperas irritantes.
Esta ventaja asegura una calidad homogénea dado que la construcción se realiza en un ambiente controlado con pruebas de laboratorio. Al fabricarse en planta, el sistema es más seguro para los trabajadores, con menos riesgo de accidentes. Pero por sobre todas las cosas, el mayor logro ecológico es el ahorro de recursos.
A diferencia de la obra húmeda, que tiene un desperdicio de residuos entre el 10% y 15%, un desperdicio que termina en el volquete con su consecuente perjuicio para el constructor, en la construcción industrializada es menos del 5%. Se suma la naturaleza del acero, que de por sí tiene una menor huella de carbono por su condición de reciclable infinito.
El ex Correo Central es la mejor demostración de majestuosidad arquitectónica en la cultura del acero
Otro ítem importante es la cuestión energética. El contexto bélico mundial llevó a que los costos de la energía sean cada vez mayores. Estos sistemas permiten que las construcciones necesiten menos energía para calefaccionar y/o refrigerar, un diferencial frente a otros sistemas constructivos.
Este modelo es perfecto para viviendas residenciales. El ahorro se consigue a través de la aislación térmica por toda la configuración de la casa, incluyendo el techo, las paredes, las ventanas y la losa de suelo o sótano. El plus es el uso inteligente de cada elemento que interviene en la producción. Una de esas garantías ya las está identificando el etiquetado de viviendas, el sistema nacional que las define según su eficiencia energética.
Entre otros de los aspectos de este sistema aparece la velocidad de ejecución, permitiendo controlar los costos dado que reducen las incertidumbres por la rapidez de ejecución y hay una previsibilidad en el cómputo de materiales.
Por ejemplo, si un edificio tradicionalmente tarda tres años en construirse, los hechos con acero se pueden ejecutar en un año y medio o menos. Esta velocidad de ejecución se puso en práctica en 2020, cuando permitió que entre 90 y 120 días pudieran erigirse 10 hospitales de 1.000 metros cuadrados en distintas provincias de la Argentina para las Naciones Unidas, ante el estallido de la pandemia de coronavirus.
En los últimos tres años, a pesar de los vaivenes económicos, se viene observando una aceleración de estas obras; tanto para construcción de viviendas, como en ampliaciones, construcción de escuelas, hospitales, unidades de primeros auxilios, entre otras variantes.
Este material noble y robusto pero a la vez flexible y liviano es la alternativa mejor posicionada para lograr construcciones sustentables, en menor tiempo y con ahorros energéticos impensados hace unos años. El futuro del sector de la construcción está más cerca de lo que parece y su perfil se caracterizará por tener alma de acero.
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