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Es constructor y armó un plan para que los albañiles con los que trabaja puedan tener su casa

La Nación.


Miguel Velázquez Medina perdió la cuenta de la cantidad de casas que ayudó a construir en los 10 años que lleva trabajando como albañil. Pero, a pesar de que nunca le faltó trabajo, durante mucho tiempo sintió que la casa más linda, la propia, era un sueño inalcanzable para él y su familia.


Hoy, sin embargo, ese sueño empezó a tener forma concreta. Es una estructura de ladrillos sin paredes internas que, semana a semana, se irá convirtiendo en una casita con dos habitaciones, cocina, living comedor, lavadero, jardín delantero y fondo. “Ni trabajando de sol a sol desde el 2013 y sin gastar un peso de lo ganado, hubiera podido tener una casa como esta”, dice con una mezcla de emoción e incredulidad.


Aunque no ganó la lotería ni nada parecido, la razón por la que Miguel puede hablar de su casa tiene algo de azar, pero mucho de reconocimiento a su propio esfuerzo. Desde hace siete años, la constructora para la que trabaja, el Grupo Pauta, lleva adelante el proyecto “Construyendo Juntos”. La iniciativa busca que la red de albañiles, electricistas, pintores y herreros que trabajan con la empresa accedan a su propia vivienda. Para eso, se vale de un proceso de construcción colaborativa y de una red virtuosa de clientes, inversores y proveedores que la financian.


“A mí me va muy bien. Tengo un trabajo muy bueno y con eso tengo mi casa, como la tienen los arquitectos e inversores con los que trabajamos. Pero si no fuera por los albañiles, yo no tendría trabajo. Un día me di cuenta de que ellos eran los únicos en la cadena que no tenían su casa y me empezó a desvelar la idea de solucionarlo”, explica Christian Boix Mansilla, el director del Grupo Pauta, sobre el germen de la iniciativa que, desde que nació, ya lleva adjudicadas 17 casas. El modelo solidario de acceso a la vivienda empezó a ser elogiado más allá de su empresa y empezó a replicarse en Neuquén.


Además de la casa que tendrá como dueño a Miguel, Construyendo Juntos tiene en obra otras tres viviendas en Villa Astolfi, en Pilar. “Nunca en mi vida tuve casa propia”, se sincera este hombre de 34 años que, mientras espera que la obra finalice, vive muy cerca de ahí, en una casa prestada, junto a Emilce, su mujer, y Natalia y Rodney, sus hijos. “El alquiler se hacía cada vez más difícil de pagar”, reconoce.


De lunes a viernes, Miguel se levanta 4.15. A las 5, ya viaja rumbo a la obra en la que trabaja en Tigre. Cuenta que toma siete colectivos por día (cuatro de ida y tres de vuelta) y que viajar ida y vuelta al trabajo le lleva cinco horas.


Los sábados puede dormir un poco más, pero a las 8 lo espera una cita inamovible: la construcción de su propia casa. “El sábado pasado cargamos la losa”, dice entusiasmado. El grupo que hace posible que la obra avance sólo puede reunirse ese día porque el resto de la semana trabaja. Está integrado por beneficiarios del proyecto que ya recibieron su casa, aspirantes a tenerla y voluntarios de la empresa, como arquitectos o personal administrativo. A veces va el propio Boix Mansilla. “Vamos rotando en el equipo. A veces voy con mis hijos, que juegan con los hijos de los demás”, cuenta este hombre de 51 años, casado con Sol y padre de cuatro hijos.


Entre pausas para tomar tereré y el infaltable asado que se hace con el aporte de todos los asistentes, la jornada puede extenderse hasta las 15 o 16. “A veces yo me quedo trabajando un rato más. También adelanto trabajo los domingos. Cuando venga el verano y todavía sea de día, al llegar del trabajo también voy a ponerme un ratito durante la semana”, dice Miguel, a quien Christian califica como una mezcla de sonrisas y esfuerzo.


Todos los obreros que integran el proyecto Construyendo Juntos cumplieron con un requisito indispensable, más allá de la obvia condición de trabajar para alguno de los contratistas de la constructora. Su inclusión estuvo avalada por toda la cadena de mando con la que trabajan: jefes directos, capataces e, incluso, contratistas, en base a su buen desempeño laboral.

A fines de agosto, la escala salarial de la Unión Obrera de la Construcción de la República Argentina (Uocra) estipulaba en 1075 pesos la hora de trabajo para un oficial albañil, lo que da un sueldo mensual de 172.000 pesos por 160 horas trabajadas.


“Miguel es el primero en llegar a la obra en su trabajo y es el primero en sumarse a la lista para colaborar los sábados, incluso en las obras anteriores. Nunca falta al trabajo. Es la encarnación de esa frase que dice ‘sólo falto cuando me enfermo y por suerte no me enfermo nunca’”, explica el empresario. Este nivel de compromiso, combinado con su necesidad de una vivienda, lo convirtió en el primer adjudicatario de esta nueva tanda de unidades. “Pero el resto sabe que en algún momento le va a tocar”, agrega Boix Mansilla.


En el actual contexto socioeconómico y cuando el metro cuadrado de edificación (sin contar el terreno) en el Gran Buenos Aires promediaba los mil dólares a fines de 2022, el objetivo de tener un casa propia se volvió, para muchas familias, una utopía. Según un reporte del Observatorio del Conurbano Bonaerense, elaborado por la Universidad Nacional de General Sarmiento, mientras en 2016, el 72,3% de los habitantes del Conurbano eran propietarios, el porcentaje bajó al 64,5% a fines del último año.


Saber que estoy construyendo mi casa con mis propias manos es demasiado para mí. Y significa mucho ver que otros vienen a ayudarme, así que cuando tenga mi casa, yo voy a seguir ayudando a otros. Corresponde que lo haga”, dice Miguel, quien asegura mostrarse muy agradecido con Christian y el proyecto.


Los fondos y materiales que hacen posible desde la compra de terrenos hasta la puesta a punto de las construcciones provienen de diferentes fuentes. Por un lado, los clientes que contratan a Grupo Pauta, por ejemplo, para que les construyan su casa saben que parte de lo que pagarán irá destinado a Construyendo Juntos. Los inversores de cada uno de los proyectos inmobiliarios que encaran también saben que parte de sus ganancias tendrá ese destino, al igual que una porción de los honorarios de los arquitectos del equipo. Incluso los proveedores contribuyen de diferentes maneras: venden materiales al costo o bonifican el flete.


“Antes de Construyendo Juntos, cada transacción con los proveedores era una especie de partido de póker. Ahora vas y te preguntan cómo va la obra, siempre con intenciones de ayudar”, ejemplifica Boix Mansilla.


Hacer realidad el sueño de la casa propia de quienes trabajan haciendo realidad el sueño de la casa propia de otros también genera mejores vínculos a nivel laboral. “Antes, yo iba a una obra y había mil barreras entre los obreros y yo. Eso cambió por completo. Además, notás mayor compromiso de parte de todos, de los beneficiarios y del resto”, explica Christian, quien ahora suele estar invitado a todos los eventos familiares del grupo.


A medida que el proyecto se hizo conocido, sobre todo cuando fue finalista del premio Abanderados, a Christian lo contactaron personas de diferentes puntos del país, con intenciones de replicar la iniciativa. “Me contactó, por ejemplo, la dueña de una casa de sanitarios de Neuquén. Lo primero que le dije fue: ‘Fijate qué le hace falta a tus empleados’. Y así se enteró de que algunos no tenían agua caliente. Empezó a ayudarlos con eso y ahora arrancaron la construcción de la primera casa”, dice con alegría.


Pero enseguida aclara que no hace falta construir casas para cambiar la vida de las personas con las que uno trabaja. “Todos estamos en condiciones de facilitarle la vida a alguien. De acercarle ese bien que vendemos o ese servicio que ofrecemos a la persona que lo necesita y no lo puede pagar”, dice Christian, con la esperanza de que su iniciativa contagie a otros. ”No hace falta dar un millón de pasos, porque cada paso que demos, cuenta”, agrega y sigue: “Si todos diéramos un paso, el mundo sería infinitamente más justo. Sería un mundo mejor”.

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